Mis dedos frágiles anclaron en la oscuridad de tu corona,
por la seda de tus mejillas se deslizaron mis labios.
Y tu mirada incendio mis pupilas,
rebalsaron las palpitaciones galopando mares afiebrados.
La noche se hizo manto que oculta
secretos cuchicheados entres suspiros y espasmos.
Olí el néctar de la flor de tus labios,
no pude evitar caer en la trampa de tus alas de mariposa.
Y tu rostro se hizo luna que ilumina
mis pasos torpes entre la geografía de tus brazos.
En el vientre naufrague un oasis, de éxtasis, sudor y delirio.
El tiempo se convierte en una hoz que sesga
la vida de las pasiones de una noche.
La luz devuelve la tranquilidad a nuestros corazones
pero en nuestras cabezas seguirán fantasmagóricos espectros
danzando por los siglos, la fiebre de nuestros cuerpos.